Sobre la trascendencia del cuerpo

Se instaura en nuestros días el papel fundamental del cuerpo. El cuerpo es un vehículo, el cuerpo es un baúl, el cuerpo es la afirmación y la asignación del espíritu, el asentamiento y el reposo de la pulsión. La identidad se erige mediante él, los vínculos se enredan por el tacto, el amor ocurre a través de la fusión de las figuras. ¿Lo más importante es el interior? Pero, ¿cómo brota lo interior? ¿Cómo se aboca? ¿Cómo se siente? ¿Cómo se desgarra? ¿Cómo se aniquila? ¿Cómo se refleja? ¿Cómo nace? ¿Cómo muere? ¿A través de qué instrumento fluyen la emocionalidad, el deseo, el cariño, el rechazo o la pérdida? Velero rebosante, ligero y errante es el cuerpo: saliva, lágrima y sudor; calor, temblor y cosquilleo; la mirada que relata el ansia que florece, las manos que se enlazan, el abrazo que nos desvanece y deshace la unidad. Una inercia queda e inevitable se ha instaurado y recordamos la corteza de los susurros, el destello del contacto, el lecho del reposo dulce y conjunto. Ahora los cuerpos se alejan con el tiempo y se remueven con la incertidumbre, ahora entienden el canal que guardan, ahora el cuerpo anhela el cuerpo.

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Gian Lorenzo Bernini, El rapto de Proserpina (detalle), 1621-1622

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